Existen en el mundo enormes construcciones, tan grandes que sólo pueden ser vistas a gran distancia. A veces son dibujos en la tierra, otras son esculturas talladas en la piedra e incluso palabras grabadas en el suelo… Nadie por muy bien que vea puede observarlas si no es a miles de metros. Y a la misma vez lo pequeño es invisible ante nuestros ojos.

Tienen, pues, lo pequeño y lo grande un parentesco inusitado si lo pensamos bien… No podemos ver ninguna de las dos proporciones a no ser que les prestemos especial atención… Hay pequeños mundos a nuestro alrededor que flotan en el infinito y grandes universos invisibles delante de nuestras narices.

Se puede aprender a mirar, se puede aprender a ver, se puede, yendo más lejos, contemplar y quizá un día descubrir para entender lo que vemos, para discernir lo que nos rodea de “verdad”.

En mi caso, soy una de esas miles o millones de personas que tienen que utilizar gafas para ver y he pasado en mi proceso de enfermedad congénita por varias fases. Al principio, cuando era pequeña, dicen que lloraba mucho, hasta que a los dos años recibí mis primeros lentes.

Más adelante me encontré con mi pequeñez, mi indefensión…, mi vulnerabilidad al reconocer la limitación de mi deficiencia, y el infortunio o putada de tener que depender de ellas, de las gafas, para siempre, siempre. Un día te das cuenta de que no ves, y te topas con lo irremediable.

Al final de los procesos de toma de consciencia uno quiere sacarle el jugo a las cosas, así somos,  y por eso de pronto quieres entrar en la verdad de la vida, porque sospechas que nadie ve nada en realidad.

En la actualidad busco miradores, pequeños pretiles para asomarme al mundo sin que mis ojos tengan que trabajar innecesariamente.

En este momento cuido mi pequeña parcela de visión con celo, quizá un metro cuadrado en relación a las hectáreas de mis vecinos, pero lo suficiente para asomarme a las grandiosas terrazas de grandes balconadas de la música y de la literatura. Ahora puedo ver con estas dos herramientas lo ínfimo y lo colosal…

Sí. Cada día me acerco a las palabras para ver… lo invisible y me acerco a las canciones para encontrar lo infinito. Siempre buscando los miradores más elevados para tomar distancia y admirar lo grandioso o el microscopio más potente para no perderme nada del microcosmos…

Así es como he llegado a este verano y a una canción, “Strawberry fields forever”,  que evocó momentos  felices a sus compositores, the Beatles, y a la frase que ha inspirado este breve texto autobiográfico:

“Vivir con los ojos cerrados es fácil”.

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