Querido hijo, estamos en un planeta flotando sobre una galaxia que a su vez flota en un espacio con una total naturalidad, sumidos en esta maravilla,  sin verla.
Personalmente me llama la atención esta santa cotidianidad en la que el humano hace habitual todo, o mejor dicho se habitúa a todo pero pagando como coste el anclaje a la normalidad, la repetición, hasta  llegar incluso muchos al aburrimiento o el hastío.
Los antiguos filósofos griegos se quedaron sorprendidos de los misteriosos procesos naturales, ellos se preguntaban cómo era posible que cayese agua del cielo, que florecieran las flores en primavera, que la mañana volviera a ser iluminada después de la obscuridad por el sol. Toda la naturaleza era un misterio hasta que todas estas preguntas se fueron respondiendo y empezaron a formar parte del cuerpo de la ciencia, sin embargo, todo esto ocurre alrededor nuestro y aunque muchos sepamos la respuesta científicas nos seguimos sorprendiendo de esta perfecta sinfonía de acontecimientos, que a veces no vemos pues ocurre de forma invisible a nuestros ojos o que no entendemos porque ocurre de forma invisible a nuestra mente.
Parece la humanidad un niño que está aprendiendo una lección sólo que después de asimilarla algunos dejan de sentirse menos vivos, es como si se nos muriera el niño interior, el niño curioso, el niño investigador y surgiese el hombre que da por sentado las cosas. Lo que está claro es que esa curiosidad, esa capacidad de sorpresa nos dan a las personas una dimensión misteriosa de la vida…
Nadie quiere tener sorpresas, preferimos conocer el camino y que todo ocurra bajo los parámetros acordados, pajo las premisas pactadas, con total tranquilidad y seguridad, pero la vida tiene la última palabra, ella juega la partida a su favor rompiendo corazones cuando le place y así vivimos entre las paredes del temor y aferrados a un mismo día que no queremos que nunca cambie. Preferimos asimilar todo lo extraordinario de nuestra existencia para poder llevar la mochila cargada de rutinas.
Creo sinceramente que  podemos asimilar las cosas que nos rodean pero, hijo, nunca podemos dejar la puerta cerrada a la maravilla que tenemos delante de los ojos. Es preferible sentir el viento fresco de esta gran aventura de vivir que esconderse eternamente dentro de la cueva llegando, como muy lejos, a mirar únicamente las sombras en la pared de lo que sucede en el exterior.
Vivir en un estado de extrañamiento es la última llama que jamás debemos apagar, sentir el misterio de nuestro cuerpo perfectamente ensamblado es la más cercana de las sorpresas que debemos atesorar. Todo es una suma de fascinantes universos, nada se puede dar como natural, todo tiene ese componente prestado de maravilla y milagro si nos paramos a mirar.
Vivir bajo la razón científica de nuestro intelecto es el sino de nuestros racionales días o, por el contrario, podemos tomar la dirección opuesta y vivir en estado de gracia bajo la mirada fascinada de nuestro corazón. Ambos son los dos caminos posibles, sólo que quien optaba por la segunda vía será visto como inocente, infantil, inconsciente o fantasioso porque  no sabíamos que ya es una realidad científica también, y tiene su fundamento en los estudios que han descubierto que el corazón tiene neuronas iguales al cerebro… Pensar con el corazón es posible y quizá es la opción más sensata si queremos tener una vida prodigiosa a través del universo…

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