Querido hijo, cuando tenía doce años llegó a mi vida el diagrama de Venn, o  teoría de conjuntos, un tema típico de las matemáticas que abría una nueva puerta más allá de las sumas , restas, divisiones y multiplicaciones, porque las raíces cuadradas aún andaban en el éter, no existían en mi incipiente mundo lógico.

Coincidió el alunizaje del razonamiento diagramático con la llegada de la pubertad y con la necesidad, ya no de jugar con alguna chiquilla a la comba en el patio (mi colegio no era mixto), sino de pertenecer a algún grupo, tener una pandilla, formar parte de un “conjunto”. En esas estaba cuando desperté delante del espejo y resultó que yo era una rara especie que no encajaba en ningún lugar. Mi subconjunto era apodado como el de las “gafotas”…, y por esta razón genética había quedado fuera del universo de la especie humana, por una etiqueta fuí expulsada y me vi flotando en el éter junto a las raíces cuadradas…, más sola que la una..

A partir de entonces todo fue un querer ser normal, standard, un huir de la excepción, de lo diferente… Todo este embrollo sobre ser normal a toda costa me llevó a darle una vuelta completa al círculo del conjunto de mi realidad sin encontrar ninguna fisura o puerta de entrada al “mundo de los normales” comprendiendo al final que en el fondo nadie es normal, todos somos “U” de únicos. Ni mejores, ni peores, ni parecidos, porque las escalas segregan a las personas como las fronteras. Pero antes de subir a la loma y ver con más claridad el paisaje pasemos por lo que se llamó BUP.

Recuerdo que cuando llegamos al instituto todo mi grupo de normales y yo, allá por los ochenta, toda la trupe de adolescentes con abundante acné juvenil, ni siquiera comentó por qué leñes nos hicieron unos tests de inteligencia que a muchos de los que estaban en el conjunto de los chachis les lanzó al ruin mundo de los fracasados porque sus inteligencias eran normales o incluso estaban por debajo de los parámetros de normalidad…, según unos cuantificadores que ahora podemos tachar de surrealistas…

Nos pusieron otra  nueva etiqueta. Esta era para toda la vida y a costa de una franja de normalidad que había sido demarcada bajo los criterios de algún listillo. Con el tiempo hemos descubierto que estos mismos tests se aplicaron en la segunda guerra mundial para repartir tareas entre los soldados enrolados y que posteriormente entraron en las aulas para bajar la presión numérica de personas que querían acceder a hacer estudios…

Con los tests se nos informaba subliminalmente que era importante ser excepcionales para poder acceder a un puesto digno en la sociedad… Ser los mejores era ahora la meta, estar en la élite por mor de una inteligencia regalada genéticamente. Ya no valía la norma.

Yo recibí la condecoración tan deseada de “normal” y conscientemente me bajé del carro de la ilusión de serlo por fin… Ser un mero “mero” rodeada de muchos meros no era un aliciente, ni un estímulo intelectual. La magia, la aventura, la ilusión de iniciar una nueva vida como adulto después de unos estudios bajo el auspicio de saber que se puede, que todos podemos hacer nuestros sueños realidad habían sido lapidados y sustituidos por el “sospechoso” baremo de los excelentemente capacitados por naturaleza…

¿A hacer qué? Me pregunto un poco tarde… Ahora soy consciente de que son tantas las habilidades que los seres humanas poseemos que sería imposible enumerarlas todas…, además de un acto de soberbia.

Después, para bendición de las ovejas perdidas del sistema llegó la New Age y a todos nos regalaron dones especiales para  colocarnos en el conjunto de los “elegidos” sin hacer mucho, ni poco, solamente “nada”.., y así separarnos un poco más del resto de los que no habían iniciado el camino del “despertar”… Llegaron los dones divinos. Otra forma más de segregarnos…

La genética y la mística de pacotilla se dieron la mano para empujarnos a dar un nuevo salto mortal hacia la estupidez… Y empezamos a vivir en estado de gracia y agradecidos sin mover un dedo por los demás o incluso orgullosos por estar por encima de los “pobres” terrenales…

Lo sospechoso de aquel mundo del buen rollismo era que los personajes en cuestión habíamos recuperado cierta dignidad pero el motor de nuestros corazones y nuestro intelecto seguía sin fuelle para procesar la realidad, seguía sin bastante información…, seguía en las sombras… El individualismo, la competitividad, el conformismo eran los amos del cotarro en el fondo. Hablo de los noventa.

No digo que ahora haya cambiado mucho el escenario pero poco a poco vamos aceptando nuestras cobardías, descubriendo a los mentirosos, saliendo de los armarios, mirando cara a cara nuestros defectos y poniendo en marcha nuestra batería “infinita de habilidades”, que todos  tenemos y que podemos compartir para abrir la cola de pavo “real”, para sentirnos útiles y realizados.

Sí, hijo, un día nos despertamos ebrios de  humildad y comprendemos que todo puede ser aprendido, que podemos ser mejores si nos comprometemos con la reflexión sobre nosotros mismos y sobre el mundo, si buscamos preguntas en vez de respuestas, si escuchamos en vez de hablar buscando siempre aprobación, si nos aceptamos y queremos con todos nuestros fallos. Un día abrimos los ojos y empezamos a mirar con mucha atención todo. Y no nos sentimos menos solos, pero sí más vivos.

Y recuerda que si empiezas a ver “normal” lo que debería conmoverte: el medioambiente, las injusticias, las fronteras, el dolor, el hambre, la pobreza, el sufrimiento de otros…, si todo esto no mueve ninguna fibra en tu corazón es que realmente no eres normal, es que has perdido de vista la dignidad humana… Tu corazón se ha endurecido como una roca, estás muerto. Ese es el único baremo que deberías escuchar: el que dice si aún sigues vivo.

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